lunes, 25 de octubre de 2010

La higuera


Ayer, como me ha ocurrido millones de veces, me quedé embobado por espacio de una hora mirando por la ventana de mi habitación. Muchas veces lo pienso, me he pasado la vida viendo el mismo paisaje: la casa del vecino, tejados, antenas, etc... y nunca me canso. Está justo en frente la chimenea de mi vecino, nunca recuerdo exactamente cómo es y siempre la estoy viendo. Me gusta ver a los pájaros y a los gatos que caminan por las tejas, a veces los gatos me ven y se me quedan mirando, yo les devuelvo la mirada y al cabo de unos segundos siguen con su vida y se van. El elemento más importante y con diferencia, para mi, es la enorme higuera que hay tras la chimenea. Muchas veces depende mi estado de ánimo de ella. Me gusta mirarla a menudo, viendo cómo cambia a menudo que van pasando las estaciones. Me entristece verla ahora, entrando el otoño, sus hojas no tienen el mismo verde vivaz del verano, se están muriendo. Luego, en invierno me deprime mirarla, sin hojas, desnuda, me da sensación de frío y muerte. Los pájaros no anidan ya en ella.
Se puede decir que la primavera me hace feliz sólo porque veo los capullos en sus ramas, en los que "fetos" de las hojas están formándose, para así volver a llenar el árbol de color y esplendor. Los primeros días de primavera me centro en mirar cuántas hojas más tiene cada semana, y me hace sonreír.

Ese viejo árbol, que llevará allí seguramente desde hace 30 ó 40 años, me ha dado un buen consejo que he procurado llevar a cabo siempre: la vida es cambio, como casi todo lo que existe, por lo tanto, los problemas también cambian, jamás te preocupes por algún problema pues puedes transformarlo y hacerlo desaparecer si quieres. Al final, por muy triste que estés, siempre brotarán las hojas de una nueva primavera, volverán a caer y volverán a nacer, es un ciclo que la naturaleza siempre trata de enseñarnos, como buena madre que es.

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