domingo, 30 de enero de 2011

Fobia al invierno

Frío, desolación, muerte, hielo, dolor, enfermedad... Todo es poco para describir a ésta infame estación. Detesto tanto al invierno que siempre que llega caigo en una profunda depresión que no se me va, nunca me encuentro contento. Con el invierno veo lo negativo de cualquier cosa, pierdo la ilusión por todo, no me apetece hacer nada...

Recuerdo cuando hacía buen tiempo, que más o menos empezaba por abril y no terminaba hasta septiembre u octubre. Me tumbaba siempre en el sofá de la cochera a leer o a ver una película durante toda la tarde y observaba cómo la luz cambiaba de matices hasta oscurecer, cosa que no ocurría hasta las 9 de la noche. Hoy no es así, son las 6:30 de la tarde y ya ha oscurecido, tan pronto. De esta manera ocurre que los días me parecen tristes, la mayoría del tiempo sin luz. Ya no salgo a la calle, porque el frío me provoca un malestar indescriptible, que detesto... Recuerdo cuando en mayo salía a pasear al campo para ver los campos de cebada verde que me llegaba hasta las rodillas, y las grandes extensiones rojas que dejaban las amapolas. Hoy no hay flores, ni hierba, ni siquiera hojas... la higuera frente a mi ventana parece muerta, ya ni los pájaros se posan.

El ciclo de la vida permitirá que ésta vuelva aunque, mientras no la haya, viviré en suma desesperación, de la cual no me calmará ni siquiera pensar que algún día volverá a salir el sol.

Definitivamente, tengo fobia al invierno.

jueves, 27 de enero de 2011

YO, como única verdad incuestionable

Miro, miro a mi alrededor... hay cosas, muchas cosas, las toco, están... Miro hacia mí y qué es lo que veo, veo mis piernas, mis brazos, mi pecho... todo mi cuerpo salvo mi cabeza. Nunca he visto cómo es mi cara, veo mi cara en el espejo y asumo que esa es la cara que tengo, pues es razonable que cuando veo a los demás ante un espejo, su cara es exactamente igual en el espejo que en la realidad, luego mi cara debería ser exactamente igual que en el espejo.
Pero cuando miro desde mi punto de vista, literalmente hablando, puedo ver a todo el mundo salvo a mi... y pienso: ¿podrán ell@s verme a mi como yo les veo? ¿Y los demás ven el mundo como yo lo veo, sin verse la cara a ellos mismos pero viendo todo lo demás? ¿Les preocupa acaso?
Por ello entiendo que vivo dentro de mi cuerpo, que mi cuerpo no soy yo, simplemente es una carcasa por la que mi alma (mente, que en realidad es la única dimensión de mi que considero real) ve a través de las cuencas de los ojos. Vivo mirando el mundo a través de unas retinas que me enseñan cómo ven ellas el mundo, por lo tanto me es imposible afirmar que todo lo exterior sea verdadero. Si sólo yo puedo ver lo que hay "afuera" y sólo yo puedo confundir lo que me enseñan los ojos (pareidolias, ilusiones ópticas y rayadas visuales de todo tipo), ¿quién puede asegurarme que no soy YO lo único verdadero que existe en mi vida propia?

Y extendiendo un poco más mi teoría: si el mundo es irreal para mi, también lo es la historia del mundo. ¿Cómo puedo creer que existieron los romanos, los indios, los nazis o incluso mis propios bisabuelos? Si no puedo garantizar que lo que recuerdo sea real, menos garantizaré lo que no he vivido. El presente, lo que pienso en este momento, es lo único real que existe; el futuro son los planes que pienso durante el presente. Entonces, ¿existirá el futuro si yo muero? ¿Cómo puedo saber que el mundo continuará si yo no estoy allí para verlo? El mundo ciertamente podría morir conmigo, luego no he debería preocuparme por el futuro tras mi existencia.

Para concluir reconozco que constantemente no tengo este pensamiento en la cabeza y que, viendo el mundo desde esta perspectiva, admito que en esta sociedad (ya sea real o no) debo sobrevivir. Esto me une a los demás, pues actúo para interactuar con los demás, que son los que crean mi vida. Después de todo, dentro de mi dimensión real (yo) existe una dimensión probablemente irreal (los demás seres, la sociedad, el mundo...)que construye mi dimensión real.






Mi razonamiento influenciado por Descartes.

martes, 25 de enero de 2011

Cogito, ergo sum

Así, a causa de que nuestros sentidos nos engañan algunas veces, quise suponer que no había ninguna cosa que fuera como las imágenes que ellos nos transmiten de esa cosa. Y como hay hombres que se equivocan al razonar, incluso en cuanto a las cuestiones más simples de la geometría y cometen en ellas razonamientos falsos, juzgando que yo estaba expuesto a equivocarme como cualquier otro, rechacé como falsas todas las razones que había tomado antes por demostradas. En fin, considerando que todos los pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos nos pueden venir también cuando dormimos, sin que haya ninguno que, por tanto, sea verdadero, resolví fingir que todas las percepciones que hasta entonces habían entrado en mi mente no eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños. Pero enseguida me di cuenta de que, mientras quería pensar así que todo era falso, era necesario que yo, que lo pensaba, fuese algo. Y notando que esta verdad pienso luego existo era tan firme y tan segura que hasta las más extravagantes suposiciones de los escépticos no eran capaces de hacer tambalear, juzgué que la podía recibir sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía que buscaba.

(R. DESCARTES, Discurso del método, IV).