jueves, 4 de agosto de 2011

Que otros se hagan ricos, yo prefiero una vida tranquila. Tibulo.

Amontone otro para sí riquezas de brillante oro y posea muchas yugadas de suelo cultivado; que a ése su afán cotidiano le traiga el miedo cuando esté cerca el enemigo y que los sones de la trompeta de Marte le quiten el sueño. A mí lléveme mi pobreza por una vida ociosa mientras brille mi hogar con acostumbrado fuego.
Yo mismo, labrador, plantaré las tiernas vides en el momento adecuado y los crecidos frutos con diestra mano. Y no me abandone la esperanza, sino que me proporcione siempre montones de frutos y pingües mostos en el repleto lagar. Pues siento veneración si un tronco solitario en el campo o una vieja piedra en la encrucijada tienen floridas guirnaldas, y cualquier fruto que me ofrece el nuevo año es colocado como ofrenda a los pies del dios agrícola.
Rubia Ceres, toma para ti una corona de espigas arrancada de mi terruño para que cuelgue ante las puertas de tu templo y que Príapo, el rojo guardián, se alce en los huertos cargados de frutas para espantar a las aves con su cruel hoz. Vosotros también, custodios de un campo feliz en otro tiempo y ahora pobre, tenéis vuestros regalos, dioses Lares. Entonces una ternera inmolada purificaba innumerables terneros; ahora, en cambio, una cordera es la modesta víctima de un exiguo campo. Una cordera os será sacrificada para que alrededor de ella la juventud campesina grite: "¡Ea, dadnos trigo y buen vino!".
¡Ojalá pudiera vivir ahora mismo contento con poco y no estar entregado siempre a largos viajes, sino evitar a la sombra de un árbol, junto a un río, de corriente agua, la calurosa salida del Can!
Entre tanto, sin embargo, no me avergonzaría haber cogido el azadón o azuzar con el aguijón a los tardos bueyes. Ni me daría pesar llevar en el regazo, de regreso a casa, una cordera o una cría de cabra abandonada por olvido de su madre. Pero vosotros, ladrones y lobos, respetad mi mermado ganado: las presas deben tomarse de un rebaño más grande. Aquí todos los años suelo purificar a mi pastor y rociar con leche a la bondadosa Pales. ¡Sedme propicios, dioses, y no despreciéis las ofrendas de una mesa pobre ni de unas sencillas vasijas de barro! En otro tiempo, el antiguo campesino hizo para sí los vasos de barro y los modeló de blanda arcilla.
No busco yo las riquezas de mis padres ni los beneficios que la mies almacenada trajo a mi antiguo antepasado. Un pequeño campo es suficiente, suficiente es descansar en el lecho y, si es posible, dar solaz al cuerpo en el tálamo de siempre. ¡Qué agradable es escuchar acostado los fieros vientos y estrecharse a la amada contra su apacible regazo o, cuando el Austro invernal derrama heladas aguas, seguir dormido recogido al calor del fuego! Que me toque esto; sea con justicia rico el que puede hacer frente al furor del mar y a las aciagas lluvias.
¡Oh, que se acabe cuanto oro y piedras preciosas existan antes de que ninguna muchacha llore a causa de nuestra partida! A ti, Mesala, te honra el batallar por tierra y mar para que tu casa exhiba el botín enemigo; a mí me retienen atado las cadenas de una hermosa muchacha y, como un portero, permanezco sentado ante sus crueles puertas. No busco ser alabado, Delia mía; mientras esté contigo, pido ser llamado cobarde y vago.
¡Ojalá te vea, cuando me llegue la hora suprema, y pueda tocarte, al morir, con mano temblorosa! Me llorarás, Delia, cuando sea colocado en la pira dispuesta a las llamas y me darás besos mezclados con desconsoladoras lágrimas. Llorarás: no están tus entrañas sujetas con duro hierro ni una piedra se aloja en tu tierno corazón. Ningún joven ni muchacha será capaz de volver a casa de aquel funeral con los ojos secos. Tú no ofendas a mis Manes, pero perdona a tus sueltos cabellos y perdona, Delia, a tus tiernas mejillas.
Entre tanto, mientras los hados lo permitan, unamos nuestro amor; ya vendrá la Muerte, cubierta su cabeza de tinieblas, ya se colará de pronto la edad inerte, y no convendrá amar ni decir halagos con la cabeza cana. Ahora hay que gozar de la ligera Venus, mientras no avergüenza romper puertas y agrada provocar trifulcas. Aquí yo soy buen general y soldado: vosotros, estandartes y trompetas, marchaos lejos, llevad las heridas a los hombres de ambición, llevadles también riquezas. Yo, tranquilo con mi precisa ganancia, despreciaré la opulencia y despreciaré el hambre.

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