martes, 5 de julio de 2011

Orfeo y Eurídice

Orfeo, buscando el consuelo de su amor desgraciado en la cóncava lira, te cantaba a ti, dulce esposa, a solas en la playa solitaria, a ti te cantaba, cuando llegaba el día, a ti, cuando el día se marchaba.
También penetró en las fauces del Ténaro, la boca profunda de Dite, y el en bosque neblinoso de sombrío terror; llegó hasta los manas y su rey escalofriante, hasta los corazones que no saben ablandarse ante las súplicas humanas. Sin embargo, movidas por tu canto, de los profundos aposentos del Erebo, iban las sombras sutiles y los espectros de los seres privados de la luz, tan numerosos como los miles de aves que se meten en las hojas cuando Véspero o la lluvia de invierno los echa de los montes: madres, varones, cuerpos de héroes magnánimos que acabaron la vida, niños y niñas sin casar, y jóvenes puestos en las piras ante los ojos de sus padres. A su alrededor, el barrizal negro y las cañas horribles del Cocito, y una laguna odiosa de agua casi inmóvil los cerca, y la Estige, dividida en nueve círculos, los aprisiona. Incluso quedaron atónitas las propias mansiones de la Muerte, la parte más recóndita del Tártaro, y las Euménides que cogen sus cabellos con culebras azulencas. Cérbero contuvo abiertas sus tres bocas y la rueda de Ixión se paró con el viento.
Y ya, volviendo sobre sus pasos, había superado todos los imprevistos, y Eurídice, a la que había recuperado, llegaba a las auras de arriba, siguiéndolos detrás (pues Prosérpina le había puesto esa condición), cuando cogió al imprudente enamorado un acceso súbito de locura, perdonable ciertamente, todo si los manes supiesen perdonar. Se detuvo, y ya al borde mismo de la luz, sin acordarse, ay, y sin poderse contener, se volvió para mirar a su querida Eurídice. En ese instante, todo esfuerzo se perdió, quedó roto el pacto del cruel tirano y por tres veces se oyó un fragor en las marismas del Averno. Ella gritó: "¿Qué locura, qué locura tan grande me ha perdido, desgraciada de mí, y te ha perdido, Orfeo" He aquí que por segunda vez los hados crueles me hacen volver y el sueño cierra mis ojos embriagados. Y ahora, adiós. Me llevan envuelta en la vasta noche, y tiendo hacia ti, sin ser tuya, ay, mis manos impotentes". Dijo, y de repente escapó de su vista, alejándose como el humo se une a las brisas sutiles, y no lo vio más, mientras él agarraba en vano las sombras y quería decirle muchas cosas. Y el barquero del Orco no le permitió atravesar más la laguna que se interponía.

Virgilio

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